A comienzos del siglo XX, Santiago atravesaba un proceso decisivo de transformación urbana. Las élites miraban hacia Europa como un referente de modernidad, mientras la ciudad se expandía, buscando una identidad propia entre la tradición y la innovación. En medio de ese escenario surgió la figura de Ricardo Larraín Bravo (1879-1945), arquitecto chileno formado en París, quien a su regreso trajo consigo innovadoras propuestas que cambiaron la cara de nuestra capital.
Para él, la ornamentación no era un elemento superfluo, sino que la concebía como parte estructural del relato arquitectónico, conjugando estilos diversos como el neoclásico, el barroco, el gótico y expresiones modernistas. En las decoraciones de sus edificios innovó al incorporar flora nacional, como copihues en relieve, e incluyó nuevas técnicas constructivas, entre ellas el hormigón armado y la baldosa hidráulica. Asimismo no tuvo miedo en hacer fachadas curvas o esquinas en ochavo, que reforzaron la identidad del lugar y fueron soluciones urbanas de vanguardia.
Nacido en Valparaíso, Larraín se educó en la École Saint-Jean de Versalles y en la Escuela Especial de Arquitectura de París, graduándose de arquitecto en 1900. También obtuvo un bachiller en Ciencias en la Universidad de la Sorbona. En nuestro país, fue profesor en la Universidad de Chile, donde formó a varias generaciones de arquitectos que continuaron desarrollando el pensamiento urbano. Además, ejerció como presidente de la Asociación de Arquitectos y miembro del Consejo de Bellas Artes. También se interesó en la vivienda obrera y la salud pública, plasmando esas inquietudes en libros como La higiene aplicada a las construcciones (1909-1910) e Historia de la Arquitectura (1915).
Obras emblemáticas
El legado de Ricardo Larraín Bravo permanece visible en edificios de distintos sectores de Santiago. Entre ellos está el palacio Íñiguez (1908); la Ex Caja de Crédito Hipotecario (1915-1920), actual sede del Tribunal Constitucional; la Población Huemul I (1911-1918), uno de los primeros barrios obreros planificados, que incluía viviendas, una plaza y servicios como biblioteca, hospital de niños, la Iglesia de Santa Lucrecia (1927), la Gota de leche y el Teatro Huemul. También destaca el Cité Salvador Sanfuentes (1929), el Palacio Herquíñigo (1919), hoy parte de la Universidad Andrés Bello; y la Iglesia de los Sacramentinos (1912-1936), inspirada en la Basílica del Sacré-Coeur de París.
En el Barrio París-Londres diseñó edificios como Londres 25, Londres 27 y Londres 61-63 y, donde las fachadas exponen herrería ornamental, balcones, finos estucos y sobre relieves; además de mosaicos inspirados en el estilo florentino, interesantes detalles que se integran armónicamente a las otras construcciones y al trazado adoquinado de la calle. En este barrio se logra evidenciar su capacidad de combinar diversidad ornamental, escala humana y coherencia material, logrando un equilibrio que aún hoy sorprende a arquitectos y transeúntes.
Los anhelos de “diseñar ciudad” y gran parte de su quehacer profesional hoy es resguardado por la Universidad Diego Portales, que custodia el Fondo Ricardo Larraín Bravo, un valioso acervo con planos, manuscritos y fotografías que documentan su aporte invaluable al desarrollo de la arquitectura chilena.
Valck. Fotógrafo. [Ricardo Larraín Bravo, retratro de perfil de medio cuerpo, en marco circular] [fotografía] Valck. Sala Medina. . Disponible en Biblioteca Nacional Digital de Chile https://www.bibliotecanacionaldigital.gob.cl/bnd/632/w3-article-331185.html